Los verdaderos orígenes de las cuatro razas originales de la
Tierra... tan únicas en su estructura, al mismo tiempo que con una
naturaleza y un propósito 'galáctico' común.
Resulta difícil de explicar, en vuestras teorías arqueológicas y en vuestras
teorías evolucionistas del eslabón perdido, la aparición aislada en vuestro
planeta de cuatro razas simientes distintas. Podemos deciros que estos son
los arquetipos de las razas originales, cuyo material genético fundamental
formaba la 'sustancia' primordial de vuestra raza, mientras que los patrones
vibratorios y la secuenciación de los seres extra-dimensionales (los de los
ámbitos superiores) se tejieron en los complejos códigos de luz de vuestro
increíble ADN de doce hélices o hebras.
El material genético de estas cuatro razas primigenias estaba unido en el
programa de la especie del Homo sapiens. Al combinar el ADN de las cuatro
razas en una matriz, los maestros-genetistas variaron las hebras para que
el material genético predominante que resultaba de una frecuencia
planetaria o estelar fuese sembrado en esos climas específicos de Gaia que
más se parecían a los del entorno original, convencidos de que facilitarían
así el desarrollo del prototipo. Esto, insistimos, tenía como objetivo fortalecer vuestro banco genético, ya que el entrecruzamiento eventual del
Homo sapiens aseguraría, de este modo, vuestra supervivencia.
Se identificó el clima y los recursos disponibles que mejor reproducían las
condiciones de los planetas de origen genético. La unión del ADN y la
mezcla de material genético estuvieron determinadas, en parte, por la
existencia de estos entornos bio-receptivos, en los que se plantaría la
semilla de vuestros antepasados.
Las razas primigenias seleccionadas se consideraron prototípicas de los
elementos de la Tierra y resonaban con los cuatro colores primarios: negro,
rojo, blanco y amarillo. A partir de estos se mezclarían nuevos colores y
posteriormente emergerían nuevas características raciales. Este era el diseño original para vuestra estructura física, emocional y mental. Era la
paleta de colores del artista.
Existe un planeta en un punto lejano de vuestra galaxia conocido como
Engan, cuyos campos gravitacionales y condiciones atmosféricas son, en
muchos aspectos, similares a los de las regiones desérticas de la Tierra.
Planeta caliente y seco, sus limitadas zonas acuáticas y sus escasas lluvias
son valoradas como recursos fundamentales, mientras que el oro abundante
y los preciosos filones de minerales no tienen importancia para su
población. Mucho más antiguo que Gaia, Engan ha visto el nacimiento y el
renacimiento de incontables civilizaciones, la última de las cuales comenzó a
morir más o menos en el momento del Proyecto Semilla Estelar, cuando la
retirada de los océanos del planeta, a causa de la destrucción de la atmósfera,
causó una situación de sequía tan grande que alcanzó proporciones
insostenibles. Lo que vino a continuación, naturalmente, fueron muertes
masivas que redujeron la población hasta casi la extinción.
A petición de sus Ancianos, los engenos fueron los primeros en acceder a
participar en el Gran Experimento, pues sabían que, al hacerlo, su simiente
seguiría viviendo, en una Utopía donde el agua abundaba. El material
genético de los engenos, seres de fuerza física, fuerza vital y sexualidad
superior, se añadió al banco genético y el suyo sería el material genético
primordial, dominante, del ADN humano.
Conocéis esto como la raza negroide; podéis asociar los engenos al color
negro.
El prototipo de dominancia-engena del Homo sapiens se depositó en los
climas más calurosos de los diversos ecosistemas de la Tierra, aquellos que
se parecían más a su planeta árido, caliente, como el continente de África y
los países de la costa panasiática, incluyendo Australia y las islas de la
región.
La segunda raza original -la Atl- era una civilización altamente evolucionada
del sistema estelar de las Pléyades, una constelación de estrellas situada en
el epicentro de vuestra galaxia. Conocéis a sus descendientes como 'pieles
rojas1. Se unieron a la siembra de vuestro gran planeta para ofrecer el don
del amor incondicional a la matriz humana. Su participación en el Gran
Experimento aseguró que el corazón sagrado se anclase en vosotros;
estableció vuestra increíble capacidad de compasión hacia toda vida y vuestra habilidad para intercambiar esa energía con todos los seres
vivientes de la creación.
Se sembraron en esas tierras que se desarrollaron en el continente perdido
de la Atlántida, allí donde poderosas cumbres y montañas definen el
horizonte. Sus descendientes modernos pueden hallarse todavía en las
tierras cubiertas de nieve y los altiplanos de la Tierra: en los Himalayas
tibetanos, los Andes, las Montañas Rocosas... y son los esquimales, los 11
bótanos, los peruanos, los mayas y los nativos de las Américas.
La tercera raza original, que identificaríais en las poblaciones asiáticas (la
raza amarilla), tiene sus raíces a gran distancia de vuestro sistema solar, en
un planeta mucho más allá de donde llega la percepción habitual de la NASA
y lejos del alcance de sus telescopios. Remoto y aislado, su anciano planeta
de origen se hallaba, en muchos sentidos, en una crisis similar a la de
vuestro mundo contemporáneo.
Condiciones de grave superpoblación y la deificación de sus sofisticados
recursos tecnológicos, había llevado la civilización a su punto final, en el que
se hallaban simplemente auto-destruyéndose. En tanto que unidad
inconsciente de seres vivientes, habían entregado su poder a la tecnología
hasta tal punto que habían llegado a ese abismo evolutivo hacia el que
ahora se está deslizando la raza humana -un mundo de robots cada vez
más poderosos y cuyo espíritu declina-. Habían estado intentando
integrarse en otros mundos (huir de sí mismos, en cierto sentido), cuando
sus redes de comunicación intergaláctica captaron la llamada para el
Proyecto Semilla Estelar.
Eran maestros de la comunicación basada en la lógica y maestros de la
tecnología, verdaderos arquetipos del hemisferio cerebral izquierdo. Fueron
sembrados en las áreas geográficas en las que la Tierra ofrecía entornos
cálidos que mantienen relativamente constante la humedad y altas
temperaturas, pues ese es el ecosistema que mejor reproduce los
elementos geofísicos de su planeta natal.
La raza aria -que identificáis como la raza blanca que puebla vuestro
mundo- tenía sus raíces en la Constelación de Orion. Era una civilización
tecnológicamente avanzada, que había vencido los obstáculos del viaje
intergaláctico y había viajado lejos, yendo cada vez más lejos, queriendo
comprender la vastedad de toda la existencia. Eran exploradores decididos, a quienes su naturaleza emprendedora había conducido siempre a nuevas
orillas -curiosos visionarios de mundos que tenían todavía que conocer... y
que conquistar.
Ellos aportaron a vuestra constitución una voluntad primordial y el deseo de
destacar y dominar como especie. Es la parte de vosotros que está siempre
buscando, que rechaza la limitación y que se crece con los retos.
Su planeta, el quinto a partir de su estrella central, era relativamente frío y
su sol era más frío que el vuestro, y el suyo era, en un sentido
estrictamente físico, el material genético más delicado que se iba a
introducir en la matriz. Su piel era totalmente blanca, carente de
pigmentación y requerían una protección casi total de la intensa radiación
de Ra.
El prototipo de Homo sapiens con dominancia aria necesitaba los entornos
más fríos, más oscuros que vuestro planeta podía ofrecer, pues de otro
modo nunca hubiera podido sobrevivir a la fase inicial de la siembra. Fueron
alimentados en las tierras templadas entre los polos del planeta, donde
rayos oblicuos reproducían del mejor modo posible los de su propio sol, y
donde su extremo aislamiento geográfico ofrecería los retos que precisaban
para sobrevivir.
Esta era la ecuación original -los cuatro elementos primarios de vuestra
constitución galáctica-. Los engenos (tierra), maestros del ámbito físico, os
dieron vuestra fuerza y vuestra resistencia física, vuestra fuerza
procreadora y vuestro instinto de supervivencia. Los atl (agua) realzaron
vuestra capacidad de amor y de sentiros afines a todos los seres vivos que
os rodean. Los asiáticos (aire) os otorgaron vuestra enorme habilidad para
razonar y os comunicaron su intelecto superior, y la conciencia aria (fuego)
aportó a la siembra la voluntad primordial y el empuje para lograr cosas y a
rebelarse ante las adversidades.
El quinto elemento, la conexión anímica planetaria, se halló en el ADN del
Homo erectus, el primate más destacado de la Tierra. Este ofreció la forma
y la estructura primordial del Homo sapiens, al mismo tiempo que os
enraizaba para siempre en la esencia anímica de Gaia.
Tened cuidado con no aplicar vuestros prejuicios habituales a estos
prototipos. Ninguna es superior a la otra, pues sois, en casi todos los
sentidos, uno y el mismo.
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